PATOLOGÍAS PLURALES
¿Cómo hacer un personaje?, ¿cómo crear
escenarios?, ¿cómo crear olores y texturas? son dudas que me surgen para
escribir un buen cuento. Esto debe estar resuelto desde antes o ser muy
imaginativo y crítico para desarrollarlo luego de catarsis. Para lograr pulir
cada detalle, cada vez que me enfrento a una novela, sea de quien sea, pienso
en Payeras y lo parafraseo desando que los personajes estén bien delineados,
que nos les falta nada para lograr leerla completa y gozar, sí, gozar de la
lectura y sus sobresaltos. Esto lo
demuestra “El elegido”.
Las preguntas
que me atormentan cuando intento escribir un cuento también las formulo al
tomar un libro. Cuando no logra respondérmelas, lo desecho y pasa a la fila de
los no recomendables. Digo todo esto por aclararle a quien lea, cuáles son
algunos de mis criterios para decidir si una obra vale o no la pena. Uso también
las mismas preguntas para seleccionar los libros que he publicado, o de los que
en pocas ocasiones me tomo el atrevimiento de reseñar.
Pasando a lo verdaderamente
importante, “El elegido”, la primera novela de una trilogía escrita por Rafael
Romero (alguien al que el medio artístico emergente le debe bastante), nos
presenta como otros muchos a una ciudad que vive una epilepsia plural. En las
primeras líneas ya iba con mi mentalidad fatalista a decir: Otro que intenta
hacer de la ciudad un personaje, cosa que después me vi obligado a deglutir
porque la ciudad convulsa sí existe, pero no es un personaje. La ciudad es en
realidad el escenario perfecto para sus personajes, que sufren de patologías
tan palpables como el olor del calzón quemado de Albertina después que Tuco la
violara en un cuarto que usaban como bodega en la cantina de su padre. Pasajes
como este abundan en la obra y Romero sabe cómo explotar cada una de las
patologías de sus personajes.
A propósito de
ellos, de los personajes, si habláramos de teoría narrativa nos encontraríamos
con que posiblemente, o sin un posiblemente, Romero se tomó la molestia de
crear a sus actantes uno por uno, con un rol específico. Parece que creó suficientes
actantes para no decirnos nunca quién es el sujeto operador, o para hacer que
todos estos sean un sujeto operador, de lo que se desprenden cuestionantes
sobre a quién debe uno prestar atención:
a Bartolomé, a la Albertina, al Tuco, a la Carmen, al Mario, etc., que hacen de este libro algo que por aligación
uno quiere terminar.
Los personajes,
al final, juegan todos los roles que cabe describir: uno se opone a otro y
viceversa. Lograr que los personajes sean complementarios, que se vuelvan imprescindibles es una de las cosas que más
trabajo denotan. Imaginarse esta obra sin uno de sus personajes no es posible.
Otro de los aspectos
que llaman la atención es la forma majestuosa de escribir bien lo mal que
hablamos. Digo esto tomando en cuenta que al leer los diálogos, podemos encontrar
un análisis profundo de toda esa sonoridad y de lo polisémico que es nuestro
lenguaje. Romero lo unifica con un español respetuoso, no de la academia, sino como
muestra de la importancia de ser buenos interpretadores de realidades y como
una muestra también para aquéllos que suelen escribir por inercia y no piensan
si al final existe suficiente claridad. Entonces podríamos decir que resuelve
el dilema de escribir el español como se habla, o de hacer una novela para
letrados y no letrados. La musicalidad de la que hablo se manifiesta no sólo en
los diálogos sino al momento de
ambientar una canción, esta facultad de escribir tal como se escucha
cantar a un español o un argentino. ¿Cómo escribir este acento peculiar? Él lo
sabe hacer y para constatarlo lean “El elegido”.
El tiempo en
esta obra me llevó a pensar en Luis de Lión, no porque Romero sea un escritor
luisiano (esto no lo podríamos decir, si algo es característico es que él ya
tiene su propia voz) sino por la forma
en la que nos deja con la intriga de Bartolo y a la vez nos habla del Tuco, el
hijo de cantinero; luego nos deja enganchados con el Tuco y la Carmen, la vieja
divorciada, bien galana, dirían las viejitas, que aparece para calentarnos,
pero solo el oído. Romero logra hacer ambientes separados para actos que se
unen. A diferencia de Luis de Lión en el “El tiempo principia en Xibalbá”, los
actos no sólo se unen sino que también suceden, porque aquí no fue el viento,
fue Bartolo y el Tuco los que unen todo. La fantasía dentro de esta cruda
ficción tiene cabida cuando Bartolo descubre la voz dentro de él, que le hace
decir que es “El elegido”, la voz que al final tiene un gran significado, una
voz que al final no es producto de la locura y nos hace pensar de nuevo sobre
la línea del bien y del mal.
Algo que me
intriga sobremanera es pensar que las facultades antes encontradas, al final le
resten importancia a la obra. Me pregunto: ¿es legible en otras latitudes?, ¿es
posible que Bartolo exista?, ¿es posible que seamos personajes de una obra?, ¿es
legible la obra en este país?
Cuando digo que
si “El elegido” es legible no aludo a la claridad de escritura de Romero, lo
digo porque dentro de todo la obra a mi criterio debe ser universal.
Posiblemente con esto alguno diga que peco de estupidez, pero pasé la obra a
unos amigos ajenos a la literatura, es decir, un público que no busca más que
mera entretención, una buena historia. Pensé que iban a decirme que era
demasiado vulgar, que tiene cuadros muy fuertes, que cómo un escritor dice eso
si hay que hablar bien del país, pero todo lo contrario, la ACEPTARON. Luego
vinieron los peros, pero ¿por qué dice palabras que saber qué significan? Todo
esto me hace pensar sobre lo legible, hasta dónde el mal llamado
guatemaltequismo es universal dentro de la misma Guatemala. Digo todo esto, seguro de no desvariar,
seguro, por una sola razón: después de leer un buen libro nos surgen dudas,
pensamos algo que nuca antes hubiéramos pensado.
¿Será todo esto
un circo y Romero el guionista que estábamos esperando.
Eso lo dirá el
tiempo y los lectores. Para que esto suceda habrá que leer las otras dos
novelas, habrá que darse a la tarea de difundir en otros lugares esta obra, pero
ante todo disfrutarla para luego desarmarla y encontrar a Rafael Romero en el
acto.
Alejandro Sandoval
27 de febrero
2013
Villa Nueva, a una cuadra de una cantina donde
posiblemente exista un Tolo.