domingo, 3 de marzo de 2013

PATOLOGÍAS PLURALES.





PATOLOGÍAS PLURALES

¿Cómo hacer un personaje?, ¿cómo crear escenarios?, ¿cómo crear olores y texturas? son dudas que me surgen para escribir un buen cuento. Esto debe estar resuelto desde antes o ser muy imaginativo y crítico para desarrollarlo luego de catarsis. Para lograr pulir cada detalle, cada vez que me enfrento a una novela, sea de quien sea, pienso en Payeras y lo parafraseo desando que los personajes estén bien delineados, que nos les falta nada para lograr leerla completa y gozar, sí, gozar de la lectura y sus sobresaltos.  Esto lo demuestra “El elegido”.
Las preguntas que me atormentan cuando intento escribir un cuento también las formulo al tomar un libro. Cuando no logra respondérmelas, lo desecho y pasa a la fila de los no recomendables. Digo todo esto por aclararle a quien lea, cuáles son algunos de mis criterios para decidir si una obra vale o no la pena. Uso también las mismas preguntas para seleccionar los libros que he publicado, o de los que en pocas ocasiones me tomo el atrevimiento de reseñar.
Pasando a lo verdaderamente importante, “El elegido”, la primera novela de una trilogía escrita por Rafael Romero (alguien al que el medio artístico emergente le debe bastante), nos presenta como otros muchos a una ciudad que vive una epilepsia plural. En las primeras líneas ya iba con mi mentalidad fatalista a decir: Otro que intenta hacer de la ciudad un personaje, cosa que después me vi obligado a deglutir porque la ciudad convulsa sí existe, pero no es un personaje. La ciudad es en realidad el escenario perfecto para sus personajes, que sufren de patologías tan palpables como el olor del calzón quemado de Albertina después que Tuco la violara en un cuarto que usaban como bodega en la cantina de su padre. Pasajes como este abundan en la obra y Romero sabe cómo explotar cada una de las patologías de sus personajes.
A propósito de ellos, de los personajes, si habláramos de teoría narrativa nos encontraríamos con que posiblemente, o sin un posiblemente, Romero se tomó la molestia de crear a sus actantes uno por uno, con un rol específico. Parece que creó suficientes actantes para no decirnos nunca quién es el sujeto operador, o para hacer que todos estos sean un sujeto operador, de lo que se desprenden cuestionantes sobre a quién  debe uno prestar atención: a Bartolomé, a la Albertina, al Tuco, a la Carmen, al Mario,  etc., que hacen de este libro algo que por aligación uno quiere terminar.
Los personajes, al final, juegan todos los roles que cabe describir: uno se opone a otro y viceversa. Lograr que los personajes sean complementarios, que se vuelvan  imprescindibles es una de las cosas que más trabajo denotan. Imaginarse esta obra sin uno de sus personajes no es posible.
Otro de los aspectos que llaman la atención es la forma majestuosa de escribir bien lo mal que hablamos. Digo esto tomando en cuenta que al leer los diálogos, podemos encontrar un análisis profundo de toda esa sonoridad y de lo polisémico que es nuestro lenguaje. Romero lo unifica con un español respetuoso, no de la academia, sino como muestra de la importancia de ser buenos interpretadores de realidades y como una muestra también para aquéllos que suelen escribir por inercia y no piensan si al final existe suficiente claridad. Entonces podríamos decir que resuelve el dilema de escribir el español como se habla, o de hacer una novela para letrados y no letrados. La musicalidad de la que hablo se manifiesta no sólo en los diálogos sino al momento de  ambientar una canción, esta facultad de escribir tal como se escucha cantar a un español o un argentino. ¿Cómo escribir este acento peculiar? Él lo sabe hacer y para constatarlo lean “El elegido”.
El tiempo en esta obra me llevó a pensar en Luis de Lión, no porque Romero sea un escritor luisiano (esto no lo podríamos decir, si algo es característico es que él ya tiene su propia voz)  sino por la forma en la que nos deja con la intriga de Bartolo y a la vez nos habla del Tuco, el hijo de cantinero; luego nos deja enganchados con el Tuco y la Carmen, la vieja divorciada, bien galana, dirían las viejitas, que aparece para calentarnos, pero solo el oído. Romero logra hacer ambientes separados para actos que se unen. A diferencia de Luis de Lión en el “El tiempo principia en Xibalbá”, los actos no sólo se unen sino que también suceden, porque aquí no fue el viento, fue Bartolo y el Tuco los que unen todo. La fantasía dentro de esta cruda ficción tiene cabida cuando Bartolo descubre la voz dentro de él, que le hace decir que es “El elegido”, la voz que al final tiene un gran significado, una voz que al final no es producto de la locura y nos hace pensar de nuevo sobre la línea del bien y del mal.
Algo que me intriga sobremanera es pensar que las facultades antes encontradas, al final le resten importancia a la obra. Me pregunto: ¿es legible en otras latitudes?, ¿es posible que Bartolo exista?, ¿es posible que seamos personajes de una obra?, ¿es legible la obra en este país?
Cuando digo que si “El elegido” es legible no aludo a la claridad de escritura de Romero, lo digo porque dentro de todo la obra a mi criterio debe ser universal. Posiblemente con esto alguno diga que peco de estupidez, pero pasé la obra a unos amigos ajenos a la literatura, es decir, un público que no busca más que mera entretención, una buena historia. Pensé que iban a decirme que era demasiado vulgar, que tiene cuadros muy fuertes, que cómo un escritor dice eso si hay que hablar bien del país, pero todo lo contrario, la ACEPTARON. Luego vinieron los peros, pero ¿por qué dice palabras que saber qué significan? Todo esto me hace pensar sobre lo legible, hasta dónde el mal llamado guatemaltequismo es universal dentro de la misma Guatemala.  Digo todo esto, seguro de no desvariar, seguro, por una sola razón: después de leer un buen libro nos surgen dudas, pensamos algo que nuca antes hubiéramos pensado.
¿Será todo esto un circo y Romero el guionista que estábamos esperando.
Eso lo dirá el tiempo y los lectores. Para que esto suceda habrá que leer las otras dos novelas, habrá que darse a la tarea de difundir en otros lugares esta obra, pero ante todo disfrutarla para luego desarmarla y encontrar a Rafael Romero en el acto.


Alejandro Sandoval
27  de  febrero  2013
Villa Nueva, a una cuadra de una cantina donde posiblemente exista un Tolo.